19 noviembre 2010

Poemas del plaquette Astilla de la noche

ROPAJES


La estación es una huérfana más
hiere la soledad de sus andenes
Por el costado derecho
un remolino de hojas
sacude la calma del lugar
Hace señales una premonición
el silbato anuncia otra partida
Pasos abordan el vagón
tú apareces vestido de hojarasca
Si los pájaros te ven así
no harán la travesía con nosotros



SITUACIÓN DOMÉSTICA


Un sonido de gozne
quebranta la tranquilidad de este espacio
ahora la casa es un cause
por donde vuelven voces y rostros
La voz de la abuela navega
Todo el desconsuelo que nos ampara
porque mi abuela Ana Josefa
aparece florecida
en la mata de fruta verada



ESQUINA


La calle es un lenguaje
una verba domesticada
por el serpenteo de las bocinas
el paso de los caminantes azuzados
y por los guarismos de la melcocha
en los talleres mecánicos
Ella es una labia asaltada
por los perros que se echan
en las bocacalles a dormitar
sus inescrutables sueños
La calle es un dialecto truncado
por lo que no atinamos a decir
cuando nos topamos en aquella esquina



PLACER ANTIGUO


Desde los montes
soleados por la primavera
baja tu cuerpo de durazno
a veces vienes en capullo
otras la rama de lo escueto
Mis ojos de pájaro
siempre te aguardan
y mi boca no se saciará
ni llegado el otoño



REGOCIJO DEL PRIMER AMOR

A Eduardo Enrique

Vas colgado de las sílabas
la palabra recreo
te saca de la pesada
vigilia de las tardes
Regresas más intensamente niño
lees las etiquetas de los frascos
desordenas los poetas de la vida
y estremecen tus gritos
mientras fabricas casitas con creyones



DÍA DE SEMANA


Camino de la escuela
la mata de duérmete-duérmete
que ahí viene el diablo
el sueño de sus hojas
en las puntas de los zapatos
La lámina de la flor en la pared
pétalos pistilos estambre corola
El timbre de recreo
la polvareda del salto de cuerda
y brillando en nuestras manos
las negras medias lunas de las uñas

Antes de volver a casa
el cundiamor de la cerca
nos teñía los labios
y regresábamos con las bocas rojas
rojas de niñez



YUNTAS

A mi hermano Guillermo

Éramos diminutos en los muebles
de la casa de los abuelos
Cuando nos sentíamos rechazados
una butaca para los dos bastaba
las piernas juntitas
y el desconcierto o el temor
apoyados en un solo respaldo
Solíamos quedarnos muy silentes
mientras nos tomábamos un refresco
que teñía los labios de morado

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